La arena se irritaba, quizá entendía que aquel calor a final de noviembre no era normal, que esa noche necesitaba taparse con el velo del agua para dormir tranquila, ilusionada por la llegada de la próxima marea alta. Pero aquel calor… La irritación estaba justificada. El teatro abría sus puertas. ¿Y tú? ¿Tú donde estás?
La irritación derivaba en inusuales y atractivas formas de la arena mojada, recorridas en intervalos irregulares por veloces procesiones de arena seca, de color blanco inmaculado. Aquella escena, matizada por los espectaculares colores de las nubes debido al viento sur (sí, el causante de la irritación), era perfecta. Solo faltabas tú. Siempre faltas tú.
La mar, indecisa en todas sus vertientes, viendo robado su protagonismo habitual en la dramaturgia de la playa, no iba a dejar mucho tiempo el escenario abierto. Todo es fugaz, como tú, como tu amor, como tu presencia y tu cariño.
Gracias Constable, sabiduría de hace dos siglos constatada con una sola mirada, la importancia del cielo es y será eterna. ¿Y tú? ¿Serás eterna o esta indiferencia acabará enterrando tu recuerdo en la nada?
Sigo, continúo mi conexión directa con la tierra, absorbo los electrones a través de mis pies descalzos, libero el estrés y me relajo. Toco el agua, miro a las nubes que me vigilan desde que llegué, respiro, siento, vivo y pienso. ¿Sabes en que pienso? Estás equivocada.
Aire fresco y limpio, un poco de mí mismo es infinito. He esperado. Ya me voy. Al lugar de siempre. Allí, soy feliz.
«Cruzamos el infinito a cada paso; nos encontramos con la eternidad en cada segundo.» Rabindranath Tagore.